DELEGACIÓN DIOCESANA DE MIGRACIONES
SIGÜENZA-GUADALAJARA
Arañas y Visigodos
Ángel Díaz Matarranz
21 de enero de 2019
ERA FORASTERO Y ME ACOGISTEIS
Si a alguien le da por consultar varias biblias, de distintas editoriales, ediciones y traducciones, y busca el capítulo 25 del evangelio según san Mateo, encuentra la siguiente frase: «era forastero y me acogisteis». Con ligeros matices o sinónimos, todas las biblias dicen lo mismo. Mejor: es Jesús el que pronuncia esas palabras, que vienen enmarcadas por otras: hambre, sed, desnudez, enfermedad, cárcel…
El que acoge al forastero («el que es o viene de fuera del lugar», dice el Diccionario de la lengua española) acoge al propio Jesús. Y esta es una de las condiciones para recibir la herencia del Reino de Dios. Desde esta perspectiva, acoger es algo propio del cristiano y de la cultura cristiana, la misma que tanto nos gusta defender frente a otras culturas que vienen de fuera a invadirnos.
He escuchado a gente que pone nombres despectivos o degradantes a los colectivos de inmi-grantes, pero desconoce cómo se llaman las personas que forman esos colectivos, porque no les interesa entrar en sus vidas. No les importa que vengan con hambre, con sed o desnudos. En el mejor de los casos, lo que sí les preocupa es si han estado en la cárcel, para colocar el sambenito de delincuentes a todos los de su país. Hay quien no sabe nada del forastero ni quiere saber: una actitud, desde luego, poco cristiana.
Sin embargo, frente a personas intolerantes y xenófobas, que se suelen hacer notar, también conozco testimonios, normalmente más silenciosos, de personas que llaman por su nombre a los que vienen de fuera. Hay quien se preocupa de Fátima y de su hijo enfermo, y de que no les falten las medicinas o la comida que necesitan. Hay quien procura mantas a Zulma o la lleva en su propio coche a la consulta del médico o al consulado para arreglar sus papeles, porque no tiene dinero ni para pagar el autobús. Hay quien no hace distinción entre sus amigos del colegio o del instituto y le da igual que se llamen Malak, María, Tatiana, José, Jefferson, Amed…: son sus amigos y punto. Hay quien va del brazo de Julia o de Ibrahim y les acompañan a todas partes porque son su bastón, sus ojos y hasta sus fuerzas, y lo que menos interesa es que el color de su piel, su religión o su manera de hablar sean iguales o diferentes a los propios.
Esta es la verdadera cultura de la acogida y del encuentro: la cultura que no daña la dignidad de las personas; al contrario, hace que muchas de ellas la recuperen después de haberla perdido o simplemente no tenerla por haber nacido en un lugar determinado del planeta. Y esta es la cultura que todos, pero sobre todo los cristianos, debemos promocionar.
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